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Muchas de las costumbres en el pueblo permanecen en la memoria colectiva desde los tiempos de la colonia; persisten como las fotos en sepia del viejo álbum familiar y eso es justamente lo que hace único a Celendín, a despecho de aquellos que quisieran que esas costumbres se olviden por considerarlas pasadistas. Hace pocos años, en uno de mis tantos retornos a la querencia, pasaba frente a una vieja casona y observé en el dintel de la puerta el típico farolito fúnebre, envuelto en mantilla negra que anunciaba que alguien de la casa había fallecido. Maravillado de que el pueblo insista en perpetuarse, por lo menos en sus costumbres, lo comenté con mi madre al llegar a casa: -Mamá, que bueno que las costumbres del pueblo persistan. -Por qué, que has visto, hijo? -Un farolito fúnebre en la puerta de una casa y adentro los dolientes que asisten al velorio. -¿Dónde, hijito? -En una casa de la segunda cuadra del Comercio. -¡Ay! -se afligió mi madre- Segurito que ya se ha muerto tu tía Meshe, muy malita estaba ya la pobre, cámbiate, hijito, que vamos al velorio, hay que dejarle una nota a tu hermano para que nos siga. Esa fue la oportunidad, al cabo de tantos años, que tuve la ocasión de ver a la poetisa Elva del Carpio Merino, que, dolida por la muerte de su madre, recibía las condolencias de las personas que asistían al velorio. Observé la unción con que se le acercaban y vislumbré en ese gesto la dimensión del iluminado, de ese genio que se muestra por alguna hendidura de la personalidad y que le da ese toque de magnetismo a las personas. Bajo el signo de géminis nació en 1938 en la bella ciudad de Celendín y desde estudiante se distinguió por su amor a la lírica inspirada en el bello paisaje y en el candor de las gentes de la tierra, cuya sencillez trasunta con ritmos dramáticos en sus poemas. Profesora de vocación, egresó de la Escuela Normal de la Universidad Católica de Lima y, como buena celendina, pensó con acierto que su presencia era necesaria en su pueblo natal. Fue directora del Jardín de la Infancia Nº 72 por muchos años iniciando el quehacer estudiantil de muchas generaciones que siempre la recuerdan con cariño.¿Quién no recuerda con amor a la primera mano que nos enseña el camino? Dedicada por entero a su magisterio y a la poesía, es una de las pocas personas de renombre que permanecen arraigadas a la tierra, siempre dándonos testimonio del quehacer telúrico de las gentes de Celendín, con su eterno ganarse el pan de modo tan genuino y laborioso, cuyo drama merece la inspiración de nuestra querida poetisa. Insertamos a continuación uno de sus más inspirados poemas en el que se nota ese aire festivo de los acontecimientos celendinos: BROCHAZO PUEBLERINO Pasado mañana empieza
Vamos ya, que
se hace tarde
Sale el toro
llanguatino
Cae la tarde, y la
gente
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