LOS NASHOS

CORRIDA "NASHA" EN TRUJILLO

Tarde de "toros", "bollos" y "guanacos"
Escribe Adolfo Tirado Díaz "Gallito"

Domingo 31 de octubre, tarde de sabrosos tamales y de papas con cuy..., tarde de “toros”, de risas, relumbres de gala artística, con desfile de manolas y derroche de fino humor..., tarde de tradición y costumbres, con “bollos” y “guanacos”. Cómplices de la espiritualidad que esconde la ceremonia de “Compadres”, en una tarde de amistad, alegría y hospitalidad..., en fin, una tarde inolvidable, organizada por la Asociación Celendina que agrupa a los residentes en la ciudad de Trujillo, en obsequio a sus paisanos, con respeto y cariño, para el recuerdo.

EL ANUNCIO.

El cartel taurino –exhibido en alto por CESAR HERRERA CHAVEZ con la felicidad y el candor infantil de un niño alborozado–, anuncia una tarde de arte y valor, en la que habrá de “lidiarse a muerte” dos hermosos ejemplares de la ganadería “La Pauca”, por los diestros: “GITANILLO DE JEREZ” y “EL NIÑO DE LA CANDELARIA”.Se anuncia también, como Médico de Plaza, al doctor MARIO CHAVEZ GIL y, como Juez del espectáculo, al experimentado taurófilo, señor WALTER CHAVEZ TEJADA.

DESFILE DE MANOLAS.

Son las 3:30 de la tarde, hora taurina, hora puntual. Suena el clarín..., se abren las puertas de cuadrillas y el coso se inunda con una riada de hermosas manolas, con atuendo multicolor, mantones de Manila, toque de castañuelas y singular desenfado, van asperjando en el ambiente la delicada fragancia primaveral de las jovencitas que llevan de la mano a joviales preciosuras del ayer. Luego, los dueños de la plaza nos regalan un poema ecuestre interpretado por la hermosa yegua “La Chira”, nacida para lucirse y encantar; se presenta garbosa, marcando con cadencia los cuatro tiempos, caracoleando con donaire y compás, cabalgada por gallardo chalán, de traje albo, espuelas de plata y blanco jipijapa, interpretando al vuelo la airosa marinera, mientras en los tendidos crece el murmullo de los aplausos

EL PASEILLO Y DESPEJE.

Se abren las puertas de cuadrillas nuevamente e ingresan los diestros, subalternos y caballería. Se inclinan reverentes ante el Juez de Plaza y ocupan los burladeros.

El matador de turno: “EL GITANILLO DE JEREZ”, a manera de anuncio de lo que veremos después y como ensayo, muestra al público su arte de tomar y extender el capote ante un toro imaginario al que arrastra como atado por un hilo invisible, llevándolo en suave y larga embestida. Los expectantes premian su arte con entusiasmo y, ¡cuando no! El buen humor “shilico” aflora en los tendidos:

–¡Olé, Bárbaro! –corea alguien.

–¡Cuidado con tu tripa! –replica otro.

Todos nosotros reímos festejando el chascarrillo.

PRIMER TORO DE LA TARDE.

De buen peso y estampa bravía, sale abanto. El peón de brega intenta fijarlo y al lograrlo, coloca al cornúpeta en distancia para que el diestro se luzca, como lo hizo, vía un espléndido y fulgurante afarolado de rodillas, donde vimos al toro bajar la cabeza y pasar por “su debajo” con bravura y nobleza. “GITANILLO DE JEREZ”, bien plantado en la arena, dio lecciones de dominio y sapiencia con el capote, haciendo gala en la ejecución pinturera de vistosas y profundas verónicas y estatuarias arrucinas. Al final del tercio, el diestro lleva al burel a la pica con vistosas chicuelinas bien ligadas plenas de gracia torera.

TERCIO DE VARAS.

El varilarguero, MARIO CHAVEZ TEJADA, jinete experimentado, aupado encima de fornida “cabalgadura”, galopa en “santo piñuño”, con los pies colgados como tirantes, que el “corcel” sujeta con las manos, apretándolas contra el pecho... El “caballo” hace una cabriola, sacude sus amplias grupas, luce sus fornidas ancas y, en desafío ecuestre, piafando, cita al cornúpeta de La Pauca. Este “caballo” no es cualquier animal; es un potro de pura sangre y coqueto jaez. “Dicen por’ay que ha sido criau” en el potrero del “Gallito Salazar” y dizque por eso “li’an dao” el pomposo nombre de ANTONIO SALAZAR DIAZ, en honor a los dueños de la dehesa potril más famosa de Celendín, de mucha solera. Los patrones de esa caballeriza –tras la reja del palco presidencial– ríen y aplauden gozosos las hazañas hípicas de sus engreído jamelgo.

El Picador, montado sobre el rollizo cogote, coge fuertemente la lanza con la que punza diestramente los lomos del “bravo”, que mostrando dolor y cansancio, jadeante y con la lengua afuera, se arrima exhausto a la barrera, seguido por los lidiadores; y ahí, con helada y espumante cervecita –que les cae como pedrada en ojo tuerto–, brindan: el toreado, el caballo y el picador ¡Salud!

TERCIO DE BANDERILLAS

Toro y banderillero van al encuentro. El rehiletero “COQUITO BAZAN”, empinando su plástica figura y con los rehiletes en alto, se adorna avanzando con pasos entrecruzados que recuerdan el pretencioso andar de “shingo prosa”; el toro atento a la cita, muge y se arranca al encuentro del torero y cuando todo parece indicar que las banderillas serán clavadas en todo lo alto, ambos se detienen bruscamente, frente a frente y se miran y admiran extasiados, se reconocen como viejos “yanazos” y olvidando la lidia, se estrechan en efusivo y fuerte abrazo que el público asombrado aplaude, en tanto que, oportunamente, los mozos de espada, propician otro brindis con una helada rubia trujillanita. Toro y torero gustosos abrevan, brindando por una añeja amistad. Ambos beben insaciablemente, tanto, que parece que previamente , en los corrales ya habían “lambido sal chacha” para provocar la sed. De pronto, como si nada hubiese ocurrido, se reanuda la lidia. El banderillero toma su distancia, vuelve a citar al toro y cuarteando la suerte por el pitón derecho, clava solamente medio par en los lomos del animal, que el respetable lamenta; otro tanto hace el Juez de Plaza, que comenta la suerte.

MUERTE DEL TORO

Decepcionado el astado por la deslealtad de su falso amigo, el banderillero, que minutos antes le hiriera a traición, ahora, resignado y dolorido, pero presto y con leal nobleza, acude al engaño. El diestro se luce muy toreramente, con largos y templados muletazos que discurren hasta rematar con arte, valentía y poderío. Prosigue despatarrado, enhebrando una faena variada con hilos de seda y adorna la tarde con el revolar majestuoso de su muleta, lidiándola toro con magníficos derechazos e impecables cambios para rematar la tanda en un precioso y profundo pase de pecho. Le da un respiro al burel y prosigue envuelto en ceñida manoletina, irguiendo su figura hasta hacerla estatuaria. Finalmente “abaniquea” de pitón a pitón preparando la muerte del bicho y en perfecta ejecución a volapié, hunde en todo lo alto el frío acero que postra de rodillas al bravo ejemplar de La Pauca.

El soberano parece sentir en propia entraña el ardor del estoque que liquida la vida del toro..., y, como siempre –triste paradoja–, el matador es premiado con nutridos aplausos. El vuelo de pañuelos blancos al aire indica la petición de orejas, que el Juez concede, mientras que el “pobre toro”, en un adiós burlesco, extiende la pierna temblorosa en un último estertor de agonía. El público ríe al ver tan cómica y singular “estirada de pata”. Sin embargo, no falta alguien que expresa su lamento con humor disimulado:

–“Causito”, ¡pobre animalito!

SEGUNDO Y ÚLTIMO TORO DE LA TARDE

Toro cenizo de estilizada estampa, delineada con un apretado overol que le ciñe la figura, permitiéndole exhibir mejor y con donaire boyal: el rabo y un vergajo alicaído como discreto apéndice delantero. En redondo, se trata de un astado de buena presencia, trapío, amorrillado, astifino, cara de “vacuno alegre”, y un par de “ojitos lindos” de toro enamorado. Cuando se emplaza y acude a las citas, se ve que no sabe hacer cosas de toro manso; acude entusiasta y repetitivo con embestidas de suave y largo recorrido, que encandilan al matador, quien toreramente envuelve al bravo en el rojo engaño de su capote. Es un toro que toma el engaño con limpieza, codicia, bravura. Tal parece que no es un toro “de yanca yanca”, sino un toro “di’a de veras”, que brinda una corrida de gran estructura y de mucha intensidad. Un toro de casta de nobleza sin igual. No es de los que escarban, ni echan la cara al suelo y mucho menos de los reservones. No rehuye a los varilargueros. Por ser tan bueno, auguramos que su destino no será morir a traición y con ventaja. Nació para ser indultado y vivir engreído cuando vaya de vuelta a su dehesa, por su bravura excepcional , propia de los nacidos en el cortijo de los condes de VELÁSQUEZ Y LOREDO, según pudimos descubrir en la singular divisa que lucía en el morrillo y por la pinta.

El matador, “EL NIÑO DE LA CANDELARIA” –de aquella Virgen a quien festejan con urente “ishanga” a la entrada de los carnavales desde Poyuntecucho–, envolviéndose en el capote, zurce con hilos de gracia calé una tanda de quites afarolados, gaoneras rematadas en espléndida revolera, todo en un palmo de terreno. El matador se adorna con el vistoso vuelo de su capote, que describe en el aire un espiral de arrebol y oro; instrumenta, además, chicuelinas de impecable ejecución.

Toro y torero, en sublime adoración a lo infinito, se elevan, el uno hasta el cenit de la bravura, y el otro, hasta lo alto de la esplendidez celestial de un sueño de sol y sombra. El toro sigue embistiendo con limpieza y el matador, con seriedad imperturbable, se cubre en volutas de gloria torera. Nada hacía presagiar la tragedia que vendría después...

LA GRAN COGIDA

Cuando el diestro, crispado en el revuelo de vistoso y ceñidísimo quite, hace un extraño movimiento y el toro hace por él, y como en desquite lo coge violentamente, empitonándolo en el costado izquierdo, haciéndole rodar sobre la arena, ensangrentado, en los tendidos se escucha un ¡Oh...! de angustia. El médico sustituto de la plaza –a esas alturas, el titular se encontraba en estado calamitoso, víctima de la rubia trujillana–, doctor LUIS ORTIZ ROCHA, experimentado galeno, corre en auxilio del matador herido, lo hace perniabierto, casi “ashuturado”, a ratos pato rengo de andar bamboleante y en otros chimpancé alborotado por los saltos descompasados que daba, y arma la tremolina, alharaquiento da vueltas en torno al diestro, que yace en el santo suelo, y no hace nada, sólo estorba el “condenao” y alarma a los tendidos gritando:

–¡Le ha reventao el hígado! ¡Le ha reventao el hígado!

El toro observa la escena con aire triunfal, acezante y con la lengua afuera. Pronto aparecen los mozos de espada que aplacan su sed alcanzándole un vaso de refrescante trujillana, que bebe con fruición, cachaciento y satisfecho de la tremenda cornada propinada a su ocasional rival.

LA ESPONTÁNEA

En eso salta al ruedo una intrépida y agraciada mujer de pantalones muy ceñidos a su voluptuosa figura y va hacia el toro decididamente. Éste, que hacía gala de una embestida limpia, se torna repentinamente en rijoso ante la vista de tan hermosa espontánea. Entonces , como por encanto, se mezclan la belleza de la mujer airosa, con la bravura del toro que a primera vista se ha enamorado; sus “ojitos lindos”, de mirar dulce y taciturno, los tiene ahora clavados en los turgentes senos de la núbil toreadora. Ella, con desprecio de su vida, cita al astado y se entrega, inexperta, ante el cornúpeta que pretende aprovecharse –mañoso había resultados este “ojitos lindos”–, pero ella logra salir del trance. El condenado bicho, insiste, la sigue y persigue como queriendo cogerla por “su detrás”. Da vueltas alrededor de la fémina, como un gallito, olvidándose que un toro no puede hacer la del gallo. Frente a este acoso, la espontánea anduvo alerta, mostrando arrojo y buenos recursos para evitar las lascivas embestidas de este cornúpeta “violín” que, matrero en el amor, vuelve a la carga, pretendiendo hundirle el cuerno en el vientre pubescente, pero ella, nuevamente evade las protervas acometidas del astado y echa el capote sobre la cara de “ojitos lindos” que se queda burlado, con el rabo entre las piernas, acezando y con la lengua afuera, viendo como la hermosa dama se escurría entre la multitud expectante, dejando tras de sí la estela de aquellas beldades celendinas que el galán goloso en su canto añora:

La mujer que a mí me quiera,
tres cosas debe tener:
Buena cara,
buen culantro
y buen perejil también.

Interesados en saber quien era la bella espontánea, echamos a hacer averiguaciones y supimos de buena fuente que responde al sugestivo nombre de FLOR DE MARIA PEREIRA DIAZ.

–¡Que Dios la tenga a buen recaudo! –es el anhelo general.

EL INDULTO

Mientras el toro se entretenía persiguiendo a la bella espontánea, “El Niño de la Candelaria” logra recuperarse, rápidamente se incorpora ayudado por los alguacilillos y mozos de espada que momento antes intentaban llevarlo al matadero..., digo, a la enfermería. En un gesto de valentía pocas veces visto y por ello más admirado, va en busca del astado que le mira un instante con cara de “toro chocao” y de nuevo el toro y el toreador se lían a capotazos. El diestro se luce y el toro crece, entrando una y otra vez al engaño que esconde tras un trapo rojo una filuda espada. Cuando el matador se perfila para dar cuenta de su rival, el respetable echa al vuelo infinidad de pañuelos blancos en toda la plaza, exigiendo el indulto del toro más bravo y enamorado que háyase visto en ruedo alguno. El señor Juez, enternecido y con la mirada vidriada en lágrimas, le concede la vida al bravo...

Finalmente, en gesto inusitado, toro y torero se abrazan y, entre aplausos, carcajadas y asentimiento general. La corrida ha terminado.


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