TEMAS URGENTES


Minería y asesinatos:
las lecciones de Combayo

Los últimos sucesos protagonizados por los comuneros de Combayo y la minera Yanacocha, con el lamentable saldo de la muerte del campesino Isidro Llanos Chevarría, un mártir que se suma a la legión de los héroes cantados por Alegría, Arguedas y Scorza, deben llamarnos a los celendinos a una reflexión profunda, sobre hechos que, con algunas variantes, pueden ocurrirnos en el futuro. Uno de los protagonistas del caso, el más peligroso, el proyecto minero, sigue amenazante para nosotros, dispuesto a dar otro zarpazo, está vez con dirección a La Conga, en nuestra provincia. Saquemos las conclusiones que se imponen, no para frenar el "progreso" ni el "futuro", sino para conocer bien las condiciones con que algunos  quieren imponernos ese "progreso" y ese "futuro". Nosotros sabemos que no sólo a los hombres se los asesina, sino también a la tierra, al medio ambiente. Y no hablemos de las ideas libres, que, cuando no pueden ser compradas, algunos harán todo lo posible para que perezcan.

Hemos visto por un lado, que la defensa decidida de los derechos de los campesinos de nuestra región, asumida por los comuneros de Combayo, puso en jaque por un momento a la poderosa minera norteamericana Newmont (alias Yanacocha, alias Minas Conga), cuyos directivos, al borde de la crisis de nervios, aprovecharon a la prensa antinacional y genuflexa nuestra para presentarse como víctimas de una conjura de inspiración comunista, para chantajear al poder, para amenazar con retirarse de Cajamarca y para llamar a los gobernantes actuales al uso de la represión para abrir las vías bloqueadas por los campesinos.

Ante esta desfachatez, nos preguntamos: ¿a quienes pretenden engañar con estos disfuerzos? ¿Vamos a creer que una vez en posesión de nuestro emporio áureo lo van a abandonar, lo van a dejar caer, así porque así? La prensa “nacional” puso el grito en el cielo, proclamando cantidades irreales de dólares que en divisas dejaría de percibir el Perú si las operaciones de la minera se paralizaban y acusando de antiperuanos a los campesinos. Hasta se puso en tela de juicio la mediación del padre Arana en el conflicto, insinuando que permitir la intervención del sacerdote, declarado defensor de los campesinos, "¿no era como poner al gato de despensero?" Realmente nos dio pena ver a la siempre gesticulante Cecilia Valenzuela brindarle amplia cobertura a Carlos Santa Cruz, el felipillo de turno, y ninguna oportunidad a los representantes de los campesinos, para configurar una versión distorsionada, unilateral e interesada de los hechos, presentando, como siempre ocurre en las películas del "far west", a las víctimas, a los indios, como los malos, y a los gringos como los defensores de una justicia “civilizada”.

Esta es la primera lección que debemos tener en cuenta: no esperar nada de la prensa, que como siempre apoyará a quien detenta el poder y, sobre todo, al poder

económico corruptor; salvo honrosísimas excepciones, por supuesto, como la de César Hildebrandt, lúcido y solitario defensor de la verdad y, en este caso, de las mayorías expoliadas. La segunda es que, hoy por hoy, del poder, del aparato estatal, no podemos esperar una defensa digna de los intereses del país y de los intereses de los peruanos de abajo. Por ahora se ha impuesto el diálogo, como lo proclama todo el mundo, pero también hemos visto a ciertos representantes del gobierno amenazando e insinuando represiones, basándose en una legalidad lesiva para los intereses del país y, en el caso de Combayo, de los eternos postergados históricos: los peruanos del Ande.

Ahora estamos ante una situación paradójica y llena de interrogantes. Gracias a la mediación del Primer ministro la minera ya no se va. Generosamente se quda y, más generosamente todavía, ha ofrecido pagar el sepelio del campesino asesinado por su "forza" de choque. Los comuneros derrotados, por su lado, hacen como si hubieran ganado y han levantado su bloqueo, mientras el gobierno, ¡santas pascuas!, ofrece cumplir con su papel: vigilar que los relaves no agredan el medio ambiente, no amenacen la vida de los campesinos ni la de sus animales y cosechas. Y lo mejor de lo mejor, lo que demuestra en qué país estamos: ¡han hecho declarar a los comuneros que ya no hay contaminación en sus tierras! ¡A lo mejor nunca hubo ni la habrá! ¡El Perú es, realmente, siempre el país de las Maravillas...!

Otra de las lecciones dolorosas que debemos asumir es la presencia de coterraneos nuestros, evidentemente favorecidos por las dádivas de la minera, que como Ulises nefastos, piden a los celendinos que se tapen las orejas con cera y que no escuchen las advertencias de los que anunciamos el peligro. En cambio, estos malos Ulises sí quieren que se escuche los cantos de sirena de la minera, que nos prometen bonanzas y paraísos que nunca se harán realidad. Estos taimados Ulises, malos hijos de la tierra, siembran el desconcierto y buscan dividir a un pueblo pauperizado y esperanzado en una mejora de su alicaída economía. Debemos desenmascarar a estos elementos, que de un modo egoísta pretenden enriquecerse a la sombra de sus patrones, traicionando los justos anhelos e intereses del pueblo celendino y cajamarquino en general.

Con todas estas reflexiones no queremos presentarnos como una posición “antimina”, como nos quiere motejar los adoradores del becerro de oro. Todo lo contrario. Nosotros entendemos que la existencia de una riqueza en nuestro suelo representa un recurso y una oportunidad que no debemos dejar pasar y que se debe explotar; pero, si vamos a realizar un sacrificio, es justo que en compensación obtengamos una retribución equitativa, y no sólo en dólares, si no, fundamentalmente, en el respeto que merece nuestra tierra, nuestra naturaleza, nuestro medio ambiente. No por el hecho de que los mineros tengan dinero nosotros vamos a dejarnos explotar y, encima, vamos a aceptar que tras el expolio nos quede una naturaleza devastada irreversiblemente, inútil para la agricultura, muerta para la vida, como La Oroya o Cerro de Pasco.

Esta visión debe inspirarnos para lograr una unión de todos los esfuerzos y para la búsqueda de una estrategia para la explotación y el usufructo de nuestra riqueza con equidad y respecto para todos, pero, en particular para nosotros, los dueños de la riqueza, y para nuestra tierra.

Este es quid del problema. Toda los problemas causados por Yanacocha en Cajamarca y la respuesta de los campesinos, primero defendiendo el cerro Quilish y luego enfrentando a la minera en diversas acciones, se derivan precisamente de la manera poco civilizada como asume la Newmont la explotación de nuestro oro. Nada de ello ocurriría si estos señores, concientes de la riqueza que se llevan, no sólo dejaran algo tangible, justo y honesto, de los beneficios, a las colectividades dueñas de la riqueza sino que, además, respetaran los acuerdos internacionales sobre la explotación minera. ¿Creen por ventura que si esta riqueza que aflora en nuestro suelo estuviera ubicada en las Rocosas, o en las Rocallosas, sus connacionales les iban a permitir explotarlas en la forma como lo hacen en el Perú? De ninguna manera. La utilización en minería de técnicas sumamente agresivas para la naturaleza como la lixiviación de cianuro genera grandes cavas a cielo abierto y la extracción, y emisión, de una serie de sustancias tóxicas al medio ambiente. Así mismo, los relaves implican la contaminación de las aguas con altas concentraciones de elementos tóxicos como plomo, aluminio, cianuro, arsénico y otros ácidos. Y, como todos sabemos, el agua se infiltra. Las aguas servidas no sólo contaminan las fuentes de agua superficiales sino también las subterráneas. Esto es lo que nos preocupa.

No caigamos en la ingenuidad de aceptar los espejitos y cuentas de colores con que vinieron los conquistadores, transformadas ahora en polos y gorritas con el logotipo de la minera, o en toretes regalados para la fiesta de nuestra Patrona, o en los banquetes para principales con que se quiere torcer la voluntad de nuestras autoridades. No cedamos un ápice en nuestros justos derechos. Tenemos que exigir la participación, para toda la provincia, en los beneficios que eventualmente extraiga la minera de nuestras tierras. Ese dinero ingente nos servirá no sólo para realizar obras sino para levantar las industrias que nos permitirán desarrollarnos cuando la Newmont, y Yanacocha, y Minas Conga, y Buenaventura, completada su explotación, se retiren de nuestro suelo devastado y sólo Dios sabe en que condiciones. Hay paisanos que sueñan con entregar nuestro oro hoy, a cambio de las dádivas de la minera. Nosotros soñamos con el futuro y la tierra que les vamos a dejar a nuestros hijos. Esa es la diferencia.


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