LOS FORJADORES


Zaturnino Chávez Baella,
el combatiente
Escribe Juan Chávez Sánchez

Fue el primogénito del hogar de don Lorenzo Chávez Rubio e Isabel Baella Díaz, nacido en 1853. Siendo aún muy niño, su tío, el clérigo Catalino Baella lo llevó a Colasay (Jaén) con la finalidad de darle educación, regresando al terruño tres años después. En 1863 estudió la primaria y fueron sus compañeros Pedro Ortiz Montoya, Fidel Velásquez y Jerónimo Aliaga, luego estudia la secundaria en el Colegio “San Ramón” de Cajamarca.

Al concluir sus estudios y acorde con sus aspiraciones de servir a la patria se alistó en las filas del ejército ante la inminente guerra con Chile, junto a él lo hicieron Jerónimo Aliaga, Fidel Velásquez, Julián Pereira, Gregorio Rojas, Rosales Quevedo, Manuel Fernández, Raimundo Chávez, Lorenzo Chávez, Inocente Díaz (fusilado por negarse a dar vivas a Chile), Nicolás Díaz y Pedro Bazán y se integraron al Batallón “Cajamarca” que llegó a Lima a recibir instrucción bajo las órdenes del entonces Corones Andrés A. Cáceres, quien, ganado por la personalidad del celendino lo nombra su primer ayudante, poniendo a su disposición un Batallón que él bautizó como “Celendín Nº 1 de la Guardia Nacional” al cual le cupo valerosa acción en las Batallas de Chorrillos, San Juan y Miraflores, desgraciadamente con resultados adversos para la causa nacional, debido principalmente a la falta de efectivos y pertrechos.

Terminada la contienda, con nefastas consecuencias para el Perú, don Zaturnino y siete compañeros emprendieron viaje hacia el oriente en una travesía llena de peripecias que les demoró dos meses hasta Iquitos en donde permanecieron tres meses, para luego reunirse con sus compañeros en Moyabamba y, tras larga caminata llegaron , semidesnudos y con los cuerpos llagados al puerto de Huanabamba para luego arribar en gloria a Celendín en donde se confundió en un estrecho abrazo con su madre, a quien ya no esperaba ver, a juzgar por la carta que le escribiera desde el frente de combate: “Obediente al sagrado imperativo de la Patria, me encuentro pronto a combatir. Mañana decidirá la suerte si he de volver a abrazarla, madrecita, o moriré cumpliendo mi deber”.

Una vez en la tierra se dedicó con denuedo a las labores agrícolas en la campiña celendina y en el valle de Llanguat y a la  lectura  de obras selectas que engrandecieron su espíritu.

Hombre meticuloso y altruista buscó siempre la mejoría del pueblo. En 1882 sembró el primer almácigo de eucaliptos, difundiéndose luego su cultivo hasta constituir hoy una fuente de riqueza y característica genuina del paisaje shilico y sembrando los pinos centenarios que hoy ostenta la plaza de armas. Ese mismo año colaboró con el fundidor José Anyaipoma en la fundición de la campana de la iglesia matriz, bajo cuyos tañidos contrajo matrimonio con doña Benjamina Sánchez con quien tuvo seis hijos: María Antonieta, Gustavo, Aurelio, Mercedes, Juan y Victoriano.

Impulsó la reforma de la molienda de caña en el valle de Llanguat reemplazando a los trapiches de madera con uno de bronce y luego fabricó un alambique fundiendo los casquillos de la guerra de 1879, rescatados de Cajamarca.

Desempeñó varios cargos al servicio de la colectividad como Inspector de Educación (1883), Fiscal de derecho (1884), Juez de Paz y Auxiliar Amanuense (1885), Juez de Paz de 3ª Nominación  (1885) y muchos cargos más que cumplió con creces, participando el mismo como constructor en la instalación de piletas para el agua potable cuyas tuberías  de cerámica se quemaron en un horno diseñado por él.

En 1888 recibe el despacho de Capitán, otorgado por Andrés A Cáceres, a la sazón Presidente de la República y viejo compañero de armas, por su heroica participación en la defensa de la Patria.

En su calidad de perito de tierras y agrimensor, con gran sentido de la justicia y equidad, fue nombrado en repetidas oportunidades para dictaminar sobre juicios de tierras y linderos, tratando de imponer en el comercio el sistema métrico decimal en reemplazo del sistema español que tanto perjuicio causaba a los consumidores.

En noviembre en 1899, desempeñando el cargo de Amanuense Archivero de la Subprefectura, organizó la fuerza para enfrentar a la montonera de Verástegui y Sanoni a quienes destruyeron en “Diablo Cantana” y luego en unión de los huauquinos para hacer frente a la banda capitaneada por el doctor Puga empeñado en la destrucción de Celendín.

Atacado por una fulminante neumonía fallece don Zaturnino Chávez el 21 de enero de 1900, a los 47 años edad, dejando el ejemplo de una vida dedicada al servicio del terruño que lo vio nacer.

(Escrito por su hijo Juan Chávez Sánchez, el 21 de enero de 1947)

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