PUEBLO Y CULTURA


El tiempo de las cometas
Escribe Jorge Chávez Silva

Coincidía con el tiempo de las cosechas, las mañanitas heladas, los fuertes vientos y las trillas, el tiempo de las cometas para los niños, porque en el mundo infantil todo tiene un "tiempo". Los mayores no saben cuando empieza, ni cuando termina. Aparece de repente en el firmamento lúdico infantil y de la misma y misteriosa manera desaparece, para dejar espacio a otros tiempos: de trompos, de canicas, de rayuela, de carnavales, de las salvadas, de los toreros y luego el de las cometas.

Los colores del paisaje celendino se tornan cálidos, las plantas ya están secas y la tierra ya ha rendido el tributo de una buena cosecha para premiar el esfuerzo de los hombres. Es una época polvorienta en la que se alternan los gritos de los campesinos que azuzan a los caballos en las trillas y los de los niños que llaman al viento para que haga volar la linda cometa de colores. Que cual mariposas cautivas engalanan el cielo de la cercana colina de San Isidro.

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Para construir una cometa, es necesaria una buena vara de carrizo seco. Después de cortado, seccionado y labrado en varillas se escogía un modelo que podía ser un colepato, una dama, un globo, una estrella, un buque, una lancha o el complicado escudo. Se les daba forma atándolas con cabuya o pita embreada, luego se forra con papel de colores, se colocan los sonadores y hasta hélices con banderitas de colores.

Una vez seca la cometa, se procedía a hacerle los compases o tiradores, uno para el hilo que las ha de elevar y otro para la "rabiza" que la va a contrapesar manteniéndola vertical en el aire, hacer el primer compás era tarea asaz complicada, los hilos tenían que amarrarse con precisión matemática pues un error impediría su perfecto vuelo, luego de terminados los compases, se arrancaba un trozo de la sabana mas vieja y convertida en tiras se la colocaba como rabiza.

Asunto muy importante era la elección del hilo para elevar, si la cometa era pequeña se podía utilizar un cadena del 30 o 40; en cambio, si era grande se tenia que utilizar un hilo del 10.

En el día propicio se veían muchos muchachos con la cometa cruzada a la espalda subiendo a la colina. Yo iba con mi hermano pequeño, que insistió en venir. Mi madre al notar mis reticencias para traerlo me regañaba:

-Llévalo siquiera a tu hermanito, hombre, ¿no ves que se va a quedar llorando?

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En la colina existen unas plantas pequeñas que producen unas frutillas rosadas como perlas, nigua nigua se llamaban, que son muy dulces pero que en el tallo , una vez secas tienen unas espinas muy aguzadas y causan serias molestias al incauto que no tenga la inveterada costumbre de caminar descalzo, o en todo caso vaya con unos zapatos "enteros" que los salvaguarden de la púas .

Mi hermano empezaba a subir por la cuesta cuando de pronto:

-¡Ay..., ay..., ay..., se clavo una espina en mi talón..., ay..., ay...!

Haciéndose el valiente proseguía caminando, ya en puntillas, cuando otra vez:

-¡Ay..., ay..., ay..., se clavo otra espina en mi dedo gordo..., ay...!

Ya impedido de los dos pies, se sentaba quejumbroso y las espinas se le clavaban en las palmas de la mano y en las asentaderas y solamente le quedaba llorar. Había que esperar a otro muchacho mas fuerte y con zapatos para que lo suba cargado hasta la vereda de cemento que tenia la capilla que coronaba la colina, donde por fin daba termino a sus lloriqueos y se calmaba.

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Luego de estos contratiempos, por fin nos poníamos a elevar las cometas cuidando de cada detalle previo y aprovechando la primera ráfaga de aire para colocarla en lo alto, airosa y cabeceando, tirando con fuerza del hilo que amenazaba escapárseme de entre los dedos, hasta que alcanzaba el punto más alto integrando un conjunto multicolor con las demás.

Había momento en el que el aire no soplaba y las cometas se venían abajo en medio de la alarma nuestra, presurosos juntábamos el hilo mientras que en coro llamábamos al viento:

-¡Viento..., viento..., toma tu cuy!

-¡Viento..., viento..., toma tu cuy!

Y seguramente que le gustaba el cuy al viento, porque venia de inmediato, pese a que siempre le mentíamos.

Cuando el viento soplaba con violencia, hacíamos alarde de la fuerza de la cometa y llamábamos a otros para que apreciaran el "punche" que tenían, pero tenían que ser amigos de confianza porque otros envidiosos, le ponían uña al hilo para arrancarlo. Había que tener pericia también para sortear en el aire a los malévolos que ataban navajas o retazos de vidrio en las rabizas de sus cometas para cortar a las demás.

Una vez arriba las cometas, nos quedábamos horas y horas contemplando su grácil y airoso vuelo y hasta le enviábamos cartas al cielo que poco a poco hacia subir el viento a través del hilo:

-¡Ya llega..., ya llega..., ya llega..., llego! ¿Qué mensaje le daría a la alegre y multicolor cometa?

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Al llegar la oración y cuando el sol se asomaba tras de la colina, todos los muchachos empezaban a enrollar el hilo en los carretes para recoger sus cometas y emprender el regreso al pueblo hasta el día de mañana.

Yo no tuve suerte aquella vez, porque mi cometa que era la más grande de todas y la más lejana y alta, por la violencia de un viento postrero y retozón, arrancó el hilo y cabeceando como enferma se fue hasta Mesapata.

Muy tristes y recogiendo el poco hilo que quedaba, regresaba con mi hermano prometiendo:

-No te preocupes..., ya no llores..., mañana haremos una más grande y volveremos..., ya verás..., ya no llores más..., mañana volveremos.

Escrito en Lima, en 1992.


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