HISTORIA | ||
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Escribe Wlder Sánchez
Sánchez
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La fundación española que celebramos 19 de
diciembre se refiere al centro urbano de
Celendín, expresamente a la ciudad de Celendín.
Ese día se cumplirán 204 años de la
promulgación de la Real Cédula expedida en la
ciudad de Elche el 19 de diciembre de 1802 por
el rey Carlos IV de España, mediante la cual
aprobó la formación de la nueva población de
Celendín, con el nombre de Villa Amalia de la
Zelendín, exenta de la jurisdicción de
Caxamarca y más bien sujeta directamente a la
intendencia de Truxillo.
No vaya a pensarse que recién hace 200 años llegaron algunos españoles a estas tierras y que en esa ocasión fundaron esta ciudad, no. Los españoles ya estaban ocupando tierras celendinas desde mucho antes; parece que desde mediados del siglo XVI. Mucho antes de la creación del centro urbano de Celendín ya existía una serie de haciendas y poblaciones tanto de origen español como indígena; pero esa población no estaba concentrada en núcleos urbanos, siendo dispersa en condiciones eminentemente rurales o de “estancias”, denominación que ha permanecido hasta hoy. Cabe señalar que durante la colonia, en el virreinato del Perú, la demarcación política era muy distinta la que ahora tenemos; así por ejemplo, al comienzo, durante la conquista, se establecieron las encomiendas; los corregimientos fueron creados en 1565 y permanecieron hasta 1784. La diócesis del obispado de Truxillo se creó alrededor de 1610 y abarcaba todo lo que hoy son los departamentos de La Libertad, Cajamarca. Lambayeque y Amazonas. Uno de los corregimientos de la diócesis del obispado de Trujillo era el de Caxamarca que en el año de 1778 se componía de 17 curatos: el territorio de nuestra actual provincia de Celendín se enmarcaba dentro del corregimientos de Caxamarca con la categoría de curato de Celendín, con un anexo nombrado Sorochucu. En 1784 en el virreinato se crearon las intendencias. La diócesis de Truxillo dio paso a la intendencia de Truxillo conservando el mismo número de corregimientos que enttonces pasaron a llamarse partidos; esos partidos eran: Truxillo, Huamachuco, Pataz (o Cajamarquilla), Caxamarca, Chachapoyas, Saña y Piura. Los curatos cambiaron de nombre por el de doctrinas; en 1784 al interior del partido de Caxamarca existía la doctrina de Celendín. En la doctrina de Celendín, había varias haciendas. Entre ellas la haciendas de La Pura y Limpia Concepción de Zelendín que tenía como anexas a las haciendas de Llanguat, Sisnalla y Santa Catharina. Además de éstas podemos mencionar a la hacienda de San Francisco de las Guayabas, que se extendía desde la cima o “fila” de Jelig hasta el río Marañón; la hacienda de la Candelaria que se extendía por el actual territorio del distrito de José Gálvez, la hacienda de Tinkat; la hacienda de Meléndez; la hacienda de Pallán; la hacienda de Yayampampa; la hacienda de Jerez, etc. La historia de la fundación de Celendín se inicia alrededor de 1782-1783, cuando el obispo Baltasar Jaime Martínez de Compañón, en una visita que realizó hasta Chachapoyas, al pasar por la hacienda de Celendín aconsejó a los moradores de procedencia española organizarse y comprar la referida hacienda y luego reducirla (transformarla) en una población de españoles. El 23 de junio de 1785, los moradores de origen español afincados en la hacienda de Celendín, siguiendo el consejo del obispo Martínez de Compañón otorgaron poder a don Diego Vázquez de Ganoza, Caballero de la Orden de Santiago, residente en Truxillo, para que en nombre de sus representados, hiciera la postura normal para la compra al contado de la hacienda. El obispo Martínez de Compañón dio por admitida la postura y nombró como comisionado al Cura y Vicario Miguel Antonio de Iglesia y Merino, que era por entonces cura de la provincia de San Agustín de Leymebamba y de la doctrina de Las Balsas. El 24 de enero de 1786 se inició el deslinde de la hacienda de Celendín que comprendía desde Shuitute por el norte, hasta el cerro Celendín Urco por el sur, y desde la cima del cerro Santa Cruz (hoy Jelig), al este, hasta las zonas de Pariapuquio, Chuclalás, al oeste; completando así el círculo por la quebrada de Shururo hasta su desembocadura en el río Grande. Sin embargo, los parajes de Pillco, Pumarume, Malcat y Tallapata, que estaban dentro de los límites generales del hacienda de Celendín, se deslindaron aparte porque pertenecían a otros propietarios y no formaron parte de la transacción. Don Miguel de Iglesia procedió luego al deslinde de la haciendas de Llanguat, que abarcaba desde la quebrada de Shururo hata el río la Llanga. Después se deslindó la hacienda de Santa Catharina que comprendía desde río la Llanga pasando por Pisón hasta Purabilca y la quebrada de Chalán. Finalmente, el 6 de febrero de 1786 se deslindó la hacienda de Sisnalla que comprendía desde lo que ahora llamamos Río Grande, incluyendo los cerros Tolón, la Llave y otros parajes hasta las orillas del Marañón. Estos cuatro haciendas fueron tasadas en un total de 18.440 pesos de plata. El acto judicial de remate se efectuó en audiencia pública del 8 de julio de 1791 en la ciudad de Truxillo, ante el juzgado de don José Cleto Gamboa. La buena pro la obtuvo don Estanislao Fernández, en su condición de apoderado de los moradores de la hacienda de Celendín, que ofreció la suma de 14.010 pesos. El cura de la doctrina de Celendín, don José Cavello se presentó en julio de 1793 ante el juzgado para depositar la cantidad de 8000 pesos, a la vez que solicitaba una moratoria de seis meses en nombre de los interesados; también solicitó se les diera judicial posesión de las haciendas que se remataron, para que “la feligresía dispersa se congregue en formál población... para que pueda con livertad enpesarse la población, y sus individuos con seguridad construir y edificar sus cassas”. La petición fue aceptada por el provisor y vicario capitular doctor Juan Ignacio de Gornichátegui, quien dispuso que pusiera a los moradores de la hacienda el de Celendín en posición de la misma. El 6 de septiembre de 1793 se efectuó la diligencia de posesión respectiva y puso a los compradores en posesión de las haciendas de Celendín, Llanguat y Sisnalla. Hasta la mencionada fecha no existía aún la ciudad de Celendín. Los manuscritos relativos al trazado del centro urbano habrían sido sustraídos hace varias décadas del Archivo de la Municipalidad de Celendín, por lo que no hay seguridad de la fecha precisa de la bendición del lugar y el comienzo del trazado. Sin embargo, parece que este se inició el 5 de mayo de 1796 por el Geómetra español José Comesana, - como consigna don Pelayo Montoya en su “Historia de la Provincia de Celendín", quien, sin embargo consigna la fecha en el año 1786. Una vez cumplidos todos estos procedimientos y su registro correspondiente, Baltasar Jaime Martínez de Compañón, quien había sido promovido al arzobispado de Santa Fe, elevó al rey de España, con carta del 19 de octubre de 1796, el expediente de todo lo actuado para el establecimiento de la nueva población llamada Amalia de Celendín, solicitando su aprobación y el título de ciudad, o al menos el de Villa, por ser en su mayoría asiento de españoles. Seis años después, mediante la real cédula de 19 de diciembre de 1802, el rey Carlos IV aprobó la creación de Celendín, le concedió el título de Villa, dispuso que cuatro personas -alcalde y regidores- compusieran su Cabildo y autorizó la realización de dos ferias anuales: el 25 de agosto y el 4 de noviembre. Celendín no nació caótico, con calles zigzagueantes, de largo y ancho irregular. Tampoco se edificó una ciudad española sobre una ciudad pre inca, como en el caso de Cajamarca, por ejemplo. Y mucho menos por invasión y la construcción de viviendas improvisadas, como ha ocurrido en el siglo XX en otros lugares de nuestro país y del continente. La peculiaridad de Celendín es que se planificó en su conformación de estructura urbana y con visión de futuro: Hoy más de 200 años después, conserva su trazo original y recién está llegando a orillas del Río Grande. Parece haberse pensado para que, por sus calles, circulen varios vehículos, porque a lo ancho de cualquiera de estas hoy podrían caber fácilmente tres automóviles. En base a manuscritos de 1802, podemos afirmar con seguridad que en el plano original de Celendín se delinearon 78 manzanas, algunas se dejaron total o parcialmente libres para ciertas funciones. Así por ejemplo en la manzana 15 quedó la Iglesia vieja (en la hacienda de Celendín había un templo) y un área reservada para convento; la manzana 33 se dejó para la Iglesia nueva, ( hoy corresponde a la Iglesia Matriz); la manzana 34 quedó totalmente libre para la plaza, (hoy es la Plaza de Armas); mientras que una parte de la manzana 35 se reservó para el Cabildo y la Cárcel (ésa es la manzana donde está la Municipalidad Provincial). Cada manzana se definió como una cuadrícula de 100 varas castellanas en cada lado. En cada una de las manzanas destinadas a viviendas se trazaron ocho “solares de casa” cada uno de los cuales medía 25 por 50 varas. Los celendinos que habían recibido la posesión de las tres haciendas nombradas más arriba y que las habían comprado a prorrata, se repartieron los solares urbanos. También se repartieron solares rurales en las pampas y otros sectores de la ex hacienda de Celendín, huertas en el valle de Llanguat y “tierras de pansembrar” en otras zonas. El 18 de septiembre de 1802 don Juan de Burga, siendo procurador general del vecindario el subteniente de milicias don José Antonio Chacón, hizo el listado o empadronamiento general de los flamantes ciudadanos celendinos y de sus respectivos solares urbanos y rústicos, en ese listado figuran los nombres de más de 400 propietarios o jefes de familia que conforman nuestros antepasados. Reflexionemos sobre la trascendencia de este acontecimiento histórico. Démonos cuenta, por ejemplo, que sin la creación de la ciudad de Celendín, no hubiese sido posible la creación de la provincia de Celendín, más de 60 años después. Pero, fundamentalmente, trabajemos por su engrandecimiento, con visión de futuro, como lo hicieron sus fundadores y, al menos, levantemos un monumento en reconocimiento a Baltasar Martínez de Compañón y los demás fundadores. Lamentablemente la obra del ilustre prelado permanece en la memoria de unos pocos que realmente queremos a Celendín y valoramos en su justa medida la impronta que nos dejaron nuestros antepasados. |
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